POR RAFAEL MENDEZ (Periodista-Ex Diputado)
«Aunque hace siglos de esta historia amarga
por amarga y por vieja se la cuento
porque las cosas no se aclaran nunca
con el olvido ni con el silencio». Pablo Neruda, «Canto a Santo Domingo».
Qué pena…Este es uno de los pocos países que tras una dictadura de 31
años, de Rafael Leónidas Trujillo, y 12 años de dictadura ilustrada de
Joaquín Balaguer, no se ha creado una Comisión de la Verdad, que
desentrañe los horrendos crímenes de lesa humanidad que se cometieron
durante esos 43 años de oprobio.
Antes de continuar, permítenme valerme del Diccionario del Español
Jurídico que define el crimen de lesa humanidad como aquel «de
especial gravedad, como el asesinato, el exterminio, la esclavitud, la
deportación o el traslado forzoso de población, la privación grave de
libertad o la tortura», y que no perime, dada su gravedad como
violación de un derecho fundamental de la persona.
En los meses de mayo y junio con motivo de la conmemoración de dos
trascendentes fechas heroicas, Fundación Héroes de Constanza, Maimón y
Estero Hondo reiteró sus clamores por la creación de una Comisión de
la Verdad, que esclarezca los crímenes impunes.
El presidente Luis Abinader, pareció poner el dedo en la llaga al
plantear que se requiere una ruptura que supere la conducta
trujillista en la acción de gobernar, en tanto el general José Miguel
Soto Jiménez, consideró que a Trujillo «hay que volverlo a matar».
Lo menos que hay que decir es que en términos históricos estos
planteamientos están sobradamente justificados porque gran parte de la
cultura autoritaria que aún pervive en la vida social e institucional
de República Dominicana tiene que ver con prácticas heredadas del
Trujillismo.
Y, aunque muchos evaden referir que esas prácticas y de esa cultura
en la acción de gobernar, se continuaron durante los fatídicos 12
años, que para algunos historiadores significó «el trujillismo
continuista disfrazado de reformismo de Joaquín Balaguer», que la
tropa gringa que mancillaba el suelo patrio, instaló en el poder, el
primero de julio de 1966.
Nadie puede negar que en esos 12 años, Balaguer gobernó con manos
dura apoyado en el aparato político, civil-militar, criminal y
corrupto, intacto, heredado de la dictadura de Trujillo, y que la
disidencia en ese régimen podría pagarse con la vida, la cárcel o el
exilio.
La impunidad de esos 43 años de dictadura, tanto los de sangre como
el robo de los recursos públicos, hizo que su esquema delincuencial
quedará como modelo de éxito político, y más de 60 años después del
fin de esos regímenes, la política aún hereda rasgos de esos modelos,
caracterizados por la corrupción, el nepotismo y el clientelismo