Por Carlos McCoy
Nosotros, personalmente, estamos cansados de oír la retórica dominicana cuando de Haití se trata. «Nuestros hermanos siameses», «Es un matrimonio sin divorcio», «Somos de un pájaro las dos alas», «Por años hemos sido el país más solidario con nuestros vecinos» y junto a esas bellezas, un montón de monsergas políticas. Mientras ellos siguen pensando y actuando coherentemente con su visión de, «la isla es una y es indivisible»
Al parecer, la cancillería ha instruido a nuestro Servicio Exterior en el sentido de que antes de hacerlo por la República Dominicana, nuestros diplomáticos deben abogar por Haití. Emulamos un anuncio de un estilista latino en la ciudad de Nueva York, el cual decía, «Si tu luces bien, yo luzco mejor». Parece estamos utilizando el mismo concepto. Si los haitianos lucen bien, nosotros luciremos mejor.
¿Qué hemos logrado con esta actitud? Absolutamente nada. La comunidad internacional ha mantenido su miopía hacia ese conglomerado humano, mientras la República Dominicana continúa llenándose de haitianos ilegales, con la novedad de que se han dado a la tarea de invadir cualquier construcción temporalmente suspendida o abandonada, incluyendo edificaciones escolares y habitacionales del gobierno.
Son tantos los ciudadanos haitianos en nuestro país, que les han cambiado la fisonomía a pueblos enteros, a un nivel donde, en estas ciudades, ni siquiera la policía o las autoridades de migración pueden entrar. En esos lares ellos son batuta y constitución. Esto, admitido, aceptado y denunciado por ministros del actual gobierno. Para colmos, esta situación no está sucediendo en la frontera, como sería, por la cercanía, hasta cierto punto lógico, si no, en localidades de la región oriental del territorio nacional, centro neurálgico del turismo dominicano.
Lo más terrible de toda esta situación es, que, a pesar de nuestra actitud en foros internacionales, abogando por Haití por encima de nuestro propio país, los haitianos no nos agradecen ese esfuerzo y, por el contrario, no desperdician cualquier oportunidad para denostarnos y acusarnos de xenófobos y racistas.
Un excelente ejemplo es la publicación aparecida en el periódico dominicano Listín Diario de fecha 31 de agosto del 2002, donde el candidato presidencial y ex primer ministro interino de Haití, Claude Joseph, expresó que, si llega a gobernar esa nación, esta no será «el patio trasero» de República Dominicana. Agregó, a través de un mensaje colgado en su cuenta de Twitter, de llegar a presidir Haití, «los racistas y la extrema derecha» dominicana, la cual definió como hegemónica y dominadora, tienen motivos para tener miedo.
Esa es la cosecha dejada por la siembra de buenos deseos dominicanos para los queridos vecinos.
Es hora de cambiar nuestra pusilánime actitud y plantarse ante los haitianos. Enfrentarlos con la mejor arma disponible para combatirlos, nuestras leyes, sin que la ONU la OEA, Estados Unidos, Canadá y Francia nos acusen de todas las barbaridades inventadas contra nosotros.
Imponer grandes multas y cárcel a los terratenientes, ingenieros y a la industria turística que contraten personal ilegal. Eso incluye a la contratación de familias dominicanas utilizando a esos ilegales como servicio doméstico, a los militares corruptos en nuestra zona fronteriza y a los transportistas cómplices en la distribución, por todo el territorio de esos indocumentados. Acusarlos del verdadero delito cometido con estos ilícitos tratos, «Traición a la patria».
Deportar sin abusos, pero con firmeza a todos los que no cumplan con nuestras disposiciones migratorias, terminar el muro fronterizo, manteniendo celosa y militarmente la salvaguarda de la zona de amortiguamiento entre este y los ríos determinantes de los bordes de nuestra frontera.
Eliminar la llamada carretera internacional y construir en su lugar una vía férrea, en territorio nacional, desde Manzanillo hasta Pedernales con garitas militares cada 50 kilómetros, dotadas de todos los elementos necesarios para que nuestros soldados puedan efectuar sus deberes sin precariedades. Con esto le damos mayor movilidad y rapidez a nuestras autoridades y evitamos el asentamiento humano alrededor de las vías terrestres. Elevar los sueldos de estos guardianes de la frontera, a un nivel tal, que sea un atractivo y a la vez un disuasorio para las llamadas mordidas.
Es hora de pasar a la ofensiva. Las declaraciones del amigo del ministro Pavel Isa deben servirnos de alerta y advertir el verdadero peligro que se cierne sobre nosotros desde «el hermano país».