Judas vive y el karma es su pena

Por Rey Arturo Taveras /

En el teatro crudo de la modernidad, Judas respira y sigue traicionando; no murió en el árbol donde colgó su culpa, sino que se multiplicó y permanece vivo en la humanidad.

Es un Judas contemporáneo que ronda por las oficinas públicas y privadas con traje y corbata. Se viste de nobleza y se oculta tras figuras maquilladas de falsedad; lleva su traición en discursos seductores; sonríe desde las pantallas de televisión y en las redes sociales; pacta a la sombra de los pasillos del poder; y hasta reza de rodillas mientras vende al prójimo por monedas digitales.

El Judas moderno no anda descalzo ni porta túnica o bolsa de cuero: lleva tarjetas negras de débito y crédito y firma contratos amañados en aposentos llenos de palabras vacías.

Ese Judas sube a estrados, defiende al diablo y jura, ante la justicia divina y la humana, decir siempre la verdad y ser fiel con cada palabra.

Como dijo el Papa Francisco en su homilía del Miércoles Santo, “El mundo está lleno de Judas modernos”. Están en la burocracia, en los gobiernos, entre los empresarios, en todas las estructuras de la sociedad.

El Pontífice volvió a poner el dedo en la llaga cuando afirmó: “El alma de Judas no está en la traición como acto puntual, sino en el sistema que la institucionaliza.”

Cuando se normaliza explotar al débil, mentir con elegancia o pisar cabezas para subir, el diablo no necesita entrar: ya tiene asiento reservado.

El Papa lo dijo sin ambages: “El diablo es un mal pagador”, porque promete poder, fama y riqueza, y solo entrega un vacío existencial, culpa y soledad.

Judas creyó ganar algo, pero terminó con las manos llenas de monedas malditas y el alma hecha trizas.

¿Cuántos hoy negocian su conciencia a cambio de aplausos fugaces, riquezas materiales y privilegios corrompidos? ¿Cuántos “pequeños Judas” habitan el mundo o, peor aún, el interior de cada ser humano?

El Papa Francisco no predica con el dedo alzado, sino con el corazón en carne viva. Por eso recuerda en su homilía: “Traicionar no siempre es un acto escandaloso; a veces es silencioso como el cáncer.”

Es un Judas el político que promete de todo para ganar adeptos y luego no cumple; el hombre que se casa por amor y, en un arrebato de celos, mata a su mujer.

También es un Judas quien calla ante la injusticia, quien ignora al que sufre y mira hacia otro lado cuando le conviene; el que traiciona para ganar espacio o inventa falsas historias por dinero o por fama.

“Cada uno de nosotros tiene la capacidad de traicionar”, dijo el Santo Padre, “y esa es la verdad más incómoda: todos llevamos un Judas adormecido que despierta cuando el interés personal llama a la puerta.”

¿Dónde estás tú, pequeño Judas? preguntó Francisco.

Esa pregunta, sencilla como un susurro y punzante como un puñal, desnuda hasta a los tártufos que se visten de santos, dándose golpes de pecho en las iglesias y luego clavando la daga al que llamaban amigo.

Son Judas quienes, estando llenos de culpa, se miran en el espejo del arrepentimiento y no reconocen que vendieron su alma al diablo: cambiaron lo sagrado por lo conveniente, el amor por la traición.

Tal vez aún estemos a tiempo de no repetir la historia de Judas: de no entregar al inocente, de no pactar con el cinismo, de no permitir que el diablo facture en nuestras decisiones personales.

Tal vez podamos ser como Pedro, que llora y vuelve, en lugar de Judas, que huye y cae.

Porque en este mundo de monedas brillantes y principios oxidados, la única revolución posible es la fidelidad al bien, aun cuando no sea rentable. En esa batalla, cada acto de justicia y cada renuncia al egoísmo son una traición al Judas que llevamos dentro.

Pero aunque se arrepienta, al final cada Judas tiene su karma como condena.

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