Por Rey Arturo Taveras
La política se ha convertido en una danza de egos que se baila sobre el filo de la dignidad nacional, por encima de la patria, la soberanía y el interés colectivo.
La patria, esa palabra que debería erguirse como bandera sin manchas, es arrastrada por los intereses partidarios como si fuera una alfombra vieja que ya no sirve ni para cubrir la vergüenza del pueblo.
El caso reciente de la reunión convocada por el presidente Luis Abinader para tratar la crisis haitiana, una amenaza que no reconoce colores ni siglas partidarias, sino que clama por unidad, deja al desnudo la miseria del liderazgo político nacional.
Las respuestas de los expresidentes Danilo Medina y Leonel Fernández, negándose a acudir al Palacio Nacional, pero dispuesto a recibir al mandatario en los locales de sus partidos, revela que en este juego no se defienden causas comunes, si no que se protegen intereses políticos.
Esa actitud de los que gobernaron y quieren volver al palacio nacional demuestran que la patria no guía sus pasos, sino la lucha política.
El Palacio, símbolo institucional por excelencia del Estado, ha sido reducido a una suerte de “casa del que gobierna y repudio del contrario”, como si la nación se dividiera entre buenos y malos.
Para el político en la oposición ir
a la casa de gobierno a tratar un tema de interés general es rendirse ante el que gobierna o, viceversa, en el caso del que dirige ir ante el que está en la oposición.
Para Danilo y Leonel aceptar la invitación en la casa de gobierno es claudicar ante el partido que dirige los destinos del país.
En la política vernácula dominicana el gesto de acudir a un diálogo entre bandos opositores se interpreta como debilidad y se olvidan que el verdadero enemigo es la crisis humanitaria que arde al otro lado de la frontera.
El problema de la inmigración ilegal es el real adversario político al que no se le puede conceder ni la cortesía de una reunión en nuestro territorio.
Si los políticos del sistema no pueden juntarse a discutir un tema de seguridad nacional y de la soberanía, dónde queda el valor de la patria, el clamor del pueblo, la necesidad urgente de una postura común frente al abismo en qué cae el país?
Mientras tanto, el partido de gobierno se aferra al Palacio como si se tratara de una fortaleza sitiada, negándose a cruzar sus muros para encontrarse con los otros a consensuar el tema migratorio, todo para el tema migratorio no tendrá solución emanada de reuniones.
La verdad, incómoda como siempre, asoma su rostro entre líneas: la política dominicana no ha madurado.
Se impone la idea de que ceder un paso es perder terreno, y que el diálogo solo tiene valor si ocurre bajo las condiciones que plantea cada grupo.
En tiempos de crisis, lo que define a un estadista no es dónde se sienta, sino qué está dispuesto a ceder para construir el futuro de su pueblo.
Cuando la soberanía se ve amenazada, cuando el país entero necesita una señal de unidad, no hay oficina, salón o local que importe más que la mesa del entendimiento.
¿Hasta cuándo seguiremos viendo a la patria sacrificada en el altar de los intereses mezquinos?